Las Abarrotadas Mochilas Del Apego .
La vida está llena de elecciones que vamos tomando,
algunas más conscientes que otras. Marcamos nuestro camino con nuestro andar y
cada tanto paramos y nos damos vuelta para mirar hacia atrás, en perspectiva,
lo que hemos recorrido. Algunas veces observamos ese camino con orgullo y otras
con nostalgia, o incluso arrepentimiento por no habernos animado a jugarnos o a
tomar otra decisión. Y es ahí en donde surge esa inquietante pregunta: ¿qué
hubiera sido si…?, si hubiéramos actuado de tal manera o hubiéramos elegido
algún otro camino. Nos vamos llenando de pensamientos, dudas, cargas
emocionales innecesarias.
¿Por qué tendemos a aferrarnos tanto a las cosas, a los sentimientos,
a las decisiones ya tomadas?
¿Por qué nos cuesta tanto desapegarnos y no podemos
soltar esas mochilas pesadas que vamos cargando cada vez más sin darnos cuenta
y que en definitiva dificultan nuestro andar y nuestro disfrute pleno de la
vida?
Poco importa cuánto acumulemos, a cuánto o a qué nos
aferremos, finalmente el tiempo hará su trabajo y todo eso será arena.
Las abarrotadas mochilas del apego, nos impiden avanzar, hacen lento nuestro
paso, nos mantienen anclados al pasado. Nada tiene de malo recordar y valorar
hechos y cosas del pasado (después de todo somos nuestro pasado), siempre y
cuando la identificación con el mismo no oscurezca y dificulte nuestro
presente. Podemos ser testigos lúcidos de todo aquello que ha sido parte de
nuestra vida, pero es inútil el intento de perpetuar cada instante pretérito. Y
acaso la pretensión del apego sea, justamente, la de detener el tiempo. Esa
ilusión nos susurra que si no soltamos un determinado objeto, si no decimos
adiós a aquella situación, si no nos despedimos de quien ya nos dio lo que
podía y tenía, si no nos movemos de donde estamos, habremos logrado eso:
detener el tiempo. Pero el tiempo sigue su marcha y lo que en verdad
conseguimos es permanecer en él con un pasado no resuelto. Esos asuntos
inacabados impiden que se abran nuevos horizontes y que podamos internarnos en
ellos.
Las personas emocionalmente maduras, dicen Serge y Anne
Ginger en “La Gestalt, una terapia de contacto”, registran cuando sus
necesidades han sido atendidas y sueltan a la fuente que las proveyó de manera
que pueden continuar adelante con su camino. Completan así el ciclo de contacto
y retirada, uno de los tantos que hacen girar la rueda de la vida. Ése es el
mecanismo por el cual se autorregulan todos los organismos vivientes.
Identificar la necesidad dominante en cada momento,
elegir la mejor opción para satisfacerla, retirarse y quedar abierto y
disponible a la aparición de una nueva necesidad, significa digerir las
experiencias, incorporarlas y hacer de ellas factores de crecimiento y no de
estancamiento, explican los Ginger.
Sin duda, muchas veces pudimos haber actuado de otra
manera, pero accionamos del modo en que lo hicimos y esta es la verdad de
nuestra vida, la razón de nuestro ser actual. La pregunta para responder no es
“Qué otra cosa pudimos haber hecho entonces” o “Qué hubiera pasado sí.”. La
pregunta que cuenta es qué haremos hoy y cómo lo haremos. Se trata de observar
el pasado, sin ira y sin autocompasión, con la perspectiva del presente, y no
de enterrar el presente en el pasado. Así se aligera el peso de la mochila y se
hace posible seguir andando.
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