La envidia y el síndrome de Solomon.
La envidia y el síndrome de Solomon.
Formamos
parte de una sociedad que tiende a condenar el talento y el éxito ajenos
La envidia
paraliza el progreso por el miedo que genera no encajar con la opinión de la
mayoría
Uno de los
mayores temores del ser humano es diferenciarse del resto y no ser aceptado.
La luz de
Nelson Mandela.
En éste post voy a hablar de la envidia y el síndrome de Solomon, cómo nos afecta en nuestro día y cómo podemos dares la vuelta para sacar de la impresiones negativas, las impresiones positivas .
En éste post voy a hablar de la envidia y el síndrome de Solomon, cómo nos afecta en nuestro día y cómo podemos dares la vuelta para sacar de la impresiones negativas, las impresiones positivas .
Después de
27 años en la cárcel y ser elegido en 1994 presidente electo de Sudáfrica,
Nelson Mandela compartió con el mundo entero uno de sus poemas favoritos,
escrito por Marianne Williamson: Nuestro
temor más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro temor más profundo es
que somos excesivamente poderosos. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, la
que nos atemoriza. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante,
magnífico, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres para no serlo? Infravalorándote
no ayudas al mundo. No hay nada de instructivo en encogerse para que otras
personas no se sientan inseguras cerca de ti. Esta grandeza de espíritu no se
encuentra solo en algunos de nosotros; está en todos. Y al permitir que brille
nuestra propia luz, de forma tácita estamos dando a los demás permiso para
hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, automáticamente nuestra
presencia libera a otros.
En la jerga
del desarrollo personal se dice que
padecemos el síndrome de Solomon cuando tomamos decisiones o adoptamos
comportamientos para evitar sobresalir, destacar o brillar en un grupo social
determinado. Y también cuando nos boicoteamos para no salir del camino
trillado por el que transita la mayoría.
De forma
inconsciente, muchos tememos llamar la atención en exceso e incluso triunfar
por miedo a que nuestras virtudes y nuestros logros ofendan a los demás. Esta
es la razón por la que en general sentimos un pánico atroz a hablar en público.
No en vano, por unos instantes nos convertimos en el centro de atención. Y al
exponernos abiertamente, quedamos a merced de lo que la gente pueda pensar de
nosotros, dejándonos en una posición de vulnerabilidad.

Detrás de
este tipo de conductas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no
solo nos enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia. La
Real Academia Española define esta emoción como deseo de algo que no se posee,
lo que provoca tristeza o desdicha al observar el bien ajeno. La envidia surge
cuando nos comparamos con otra persona y concluimos que tiene algo que nosotros
anhelamos. Es decir, que nos lleva a
poner el foco en nuestras carencias, las cuales se acentúan en la medida en que
pensamos en ellas. Así es como se crea el complejo de inferioridad; de
pronto sentimos que somos menos porque otros tienen más.
Bajo el embrujo de la envidia somos
incapaces de alegrarnos de las alegrías ajenas. De forma casi inevitable, estas
actúan como un espejo donde solemos ver reflejadas nuestras propias
frustraciones. Sin embargo, reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan
doloroso, que necesitamos canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la
persona que ha conseguido eso que envidiamos. Solo hace falta un poco de
imaginación para encontrar motivos para criticar a alguien.
El primer
paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la futilidad de
perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros. Si lo pensamos
detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas movidas por
la desazón que les genera su complejo de inferioridad puedan decir de nosotros
para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas.
¿Y qué hay
de la envidia? ¿Cómo se trasciende? Muy simple: dejando de demonizar el éxito
ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que
han permitido a otros alcanzar sus sueños. Si
bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye.
Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo
en nuestro interior. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los
dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. En vez de luchar
contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro. Y en el momento
en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que
cada uno aporte de forma individual lo mejor de sí mismo a la sociedad.
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