DEJARNOS ENCONTRAR ...

Dejarnos encontrar

Hay momentos en que el amor busca un destino. Otras veces, el destino busca un amor. La búsqueda y el encuentro del amor tienen nombres propios. También el desencuentro del amor y su propio exilio tienen nombres propios. A veces el amor es un destierro. Nos promete la felicidad, la cual siempre pareciera infiel. Aparece y desaparece. Nunca permanece. Sin embargo, el amor se reviste de variadas formas de felicidad. Acaso todas esas formas pueden reducirse a una sola. La más simple y esencial.

Al amor y a la felicidad no hay que buscarlos. Sólo hay que encontrarlos. Los caminos convergen sin casualidades, ni fatalidades. Uno se encuentra con aquellas personas con las cuales está designado a encontrarse. A la vez, cada persona nos permite encontrarnos más auténticamente con nosotros mismos, somos como un espejo y su reflejo. El hechizo que produce el encantamiento de nuestra propia imagen se rompe cuando nuestra mirada puede reflejarse en la de otro. Cada espejo nos devuelve una desnudez. Hay que atreverse a compartir la mirada de ese espejo. Si el otro nos recibe tal cual somos, no hay nada que temer. En ese espejo, hay similitudes que engendran amores y hay amores que engendran similitudes. Los que se aman, aunque sean distintos, en algunas cosas se parecen o -al menos- la comparten.

Todos nos merecemos el amor que está destinado para nosotros. Sólo ése, los otros son meramente ensayos. A menudo amamos de una forma en la que no encontramos a quien amar. Como si inconscientemente invalidáramos nuestra posibilidad de amor, la negáramos, aunque conscientemente la buscamos. Hay un proverbio anónimo que dice: “El amor es como una mariposa. Mientras más lo persigues, más te evade. Si lo dejas volar, regresará cuando menos lo esperes”.

Para cada persona, hay otra con un don especial para compartir. Basta que misteriosamente se entrecrucen los caminos y las libertades provocando el recíproco encuentro. No hay que buscar afanosamente. La actitud más sabia es dejarse encontrar. Lo más importante de la vida viene dado. Las realidades más profundas son siempre “gratuitas”, inmerecidas. No se adquieren, ni se prestan, ni se compran, ni se venden. Sólo se pueden recibir, aceptar y disfrutar. A menudo queremos ser encontrados por alguien que nos haga sentir único, irrepetible, original e inédito en este universo y que nos regale la certeza de que hay un destino de amor (cualquiera sea la forma que este amor tenga) para nosotros.

El amor tiene su propia “lógica” y armas caprichosas leyes entretejidas por el encuentro y desencuentro de las libertades humanas. Tal vez sólo haya que estar receptivo. El amor posee muchas maneras, harto misteriosas, de llegar y presentarse. Hay una que fue pensada y que está hecha para cada uno. Si después de mucho buscar no lo encontramos, lo que nos queda es esperar que el amor nos encuentre a nosotros.

Sólo tenemos que dejarnos encontrar. No es preciso buscar más. Viene a nuestro encuentro a su debido tiempo. No necesariamente cuando nosotros lo deseamos o lo que queremos sino cuando es el tiempo oportuno y previsto. Hay que sostener esta convicción: El amor nos está viniendo a buscar. Nos está encontrando aunque sea de a poco y lentamente. Nos busca cada vez que nos encuentra. Nos encuentra cada vez que nos busca. Hay cosas que no se eligen. Somos elegidos, eligiendo. Las coincidencias y las casualidades no existen: ni para los hechos, ni para las personas. Todo lo que está destinado, se encuentra. Ni hay que buscarlo: adviene.


Existe un “principio de sincronicidad” en el entrecruzamiento providencial de todos los acontecimientos y relaciones. Una maravillosa “providencia de los vínculos” que hace que las personas nos encontremos incluso en los entramados y urdimbres más complejos de la vida. Ese tejido está hecho con los múltiples hilos de otras existencias. Hay amores que nos encuentran en el momento menos sospechado. A nosotros nos puede parecer inoportuno. Sin embargo, el amor se ha presentado a la cita en su justo horario. Y cuando ya gozamos de él, incluso no deseando nada nuevo de lo que ya se ha dado, sin embargo, siempre lo esperamos de nuevo.

A veces no buscamos el amor. A menudo buscamos sólo la pasión. Aunque también es cierto que a veces la pasión nos puede hacer conocer el amor. Cuando dos corazones se hacen uno, podemos ver el corazón de ambos. Y sólo cuando dejamos de buscar la mera pasión, empezamos a buscar -entre los amores- al amor. Tenemos un corazón con un amor que espera todos los amores sólo para que alguno le sea posible. Lo mejor del amor es que sea posible. Lo mejor es que nos pase, que nos ocurra, que exista también para nosotros. Y así, caemos en la cuenta, que a pesar de los pocos o muchos que hayamos tenido, tenemos un solo amor en la vida. Los otros son solo repeticiones. No hay más que uno. A veces no sabemos cuál es y lo perdemos. A veces lo sabemos pero no es recíproco. Otras veces, parece que fuera perfecto y al final resulta el más duro y el más difícil. Pero cuando llega, si es “ése” el amor que esperábamos; no hay que perdérselo, no hay que dejarlo que pase. Es posible que el amor tenga memoria para un solo recorrido. Es posible que sólo pase muy pocas veces. A algunos, sólo una vez. Hay que estar atento. A veces está ahí, irrumpe y aparece, transformándolo todo.


Fuente 
Eduardo Casas

Comentarios

Entradas populares de este blog

Quien Hace Lo Que Siente Gana Aunque Pierda

Cuento para reflexionar, El pinito

Los Sueños Y El Niño Interior