SINDROME DE WENDY

El Síndrome de Wendy se puede definir como el conjunto de conductas que realiza una persona por miedo al rechazo, por necesidad de sentirse aceptada y respaldada, y por temor a que nadie la codicie. En definitiva, por una necesidad imperiosa de SEGURIDAD. Cuando el sujeto actúa como padre o madre en su pareja o con la gente más próxima, liberándoles de responsabilidades, podemos hablar de Wendy, estas conductas pueden darse tanto dentro del núcleo familiar, en los roles de padre/madre sobre-protectores, como en las relaciones interpersonales, con aquellas personas muy cercanas.

La madre que despierta todos los días a su hijo para que no llegue tarde a la universidad  aquella que le haga los deberes, le resume las lecciones o subraya los apuntes, la esposa que asume todas las responsabilidades domésticas… es una Wendy en el núcleo familiar.

Lo mismo ocurre en la relación de pareja si es ella y no él quien toma todas las decisiones y asume las responsabilidades, actúa como madre o padre y como esposa/esposo o justifica la informalidad de su pareja ante los demás.

Las conductas más significativas que acompañan una persona que padece este síndrome los las siguientes:
Sentirse imprescindible
 Malinterpretar que  el amar  sólo es sacrificio y resignación
        Evitar a toda costa que su pareja se enoje
       Intentar continuamente hacer feliz a la pareja
        Insistir en hacer las cosas por la otra persona
          Pedir perdón por todo aquello que, por el otro, no ha hecho o que no ha cómo sabido hacer
       Necesidad imperiosa de cuidar del amante como si fuera un niño
       Convertirse en un padre o madre en la relación de pareja.


Para hablar de un verdadero Síndrome de Wendy es preciso tener en cuenta que todas éstos actos  se basan en un terror al abandono, que son inmutables y que persisten como tales, con en el transcurso del tiempo .

¿Debemos quizá dejar de cuidar de los demás? ¿O de preocuparnos de los seres que queremos? En absoluto. Eso nunca. Nuestras parejas, nuestra familia y, en especial, nuestros hijos, son esas personas que forman parte de nuestra vida, que nos identifican y que son pilares indiscutibles en nuestro día a día.
Ahora bien, en todas nuestras relaciones personales hay que tener un equilibrio y tener muy en cuenta estos aspectos:

No olvides la importancia de fomentar tu crecimiento personal, de tener tu espacio, tus aficiones, de defender tus valores y de cuidar de tu autoestima. Si lo das todo por los demás, tú te quedarás vacía. Entonces llegará la insatisfacción, la frustración y la tristeza. ¿De qué les sirves entonces a los demás si tú eres infeliz? De nada.

Si tú eres una persona que se siente orgullosa de sí misma, si te sientes feliz, con una buena autoestima y con autonomía para responsabilizarte de ti misma, aportarás también a los demás toda esta energía positiva, todas estas emociones tan adecuadas.

Puedes cuidar a tu pareja, a la persona que amas. No obstante, ten en cuenta que también tú mereces ser cuidada, reconocida y valorada. Se trata de un juego de fuerzas donde ambos debéis ganar y nunca perder. Si eres de las que se sienten felices cuidando a los demás, recuerda que debes empezar primero por ti. Si tú caes, los demás caen. Cultiva tu felicidad y, entonces, también serás capaz de ofrecer felicidad.



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